Por: Mouris Salloum
SOBRE TEXTOS e investigaciones que tratan de explicar las intrincadas e
inexplicables relaciones diplomáticas bilaterales entre un indefenso país como el nuestro y la
potencia imperial que tenemos del otro lado del Río Bravo. Algunos la juzgan de tergiversada e
intrincada, otros de habilidosa, y los certeros, de hipócrita.
Fundaciones extranjeras de insincero filantropismo, se han esmerado generosamente
hasta en financiar Institutos de altos estudios, especializados en darle vueltas a una noria que
está más descubierta que el agua tibia. Sin embargo, hasta premios, distinciones y grandes
vituallas se otorgan a quien finge mejor sobre la “astuta” descripción de sus delicados
sostenes.
A los dueños de las finanzas estadunidenses y de los grandes corporativos
multimillonarios en dólares, que son los que mandan del otro lado —y no los presidentes
“florero” que instalan en la silla más ostentosa de la ribera del Potomac—, les ha interesado
una funcional relación, motivada por tres importantes razones:
1) Somos el vecino incómodo que demuestra ante el mundo que su injerencia en
nuestra vida doméstica es operada por las vías pacíficas; 2) somos puntuales pagadores de un
servicio de la deuda —intereses proverbialmente moratorias que nos atan de por vida a todas
las generaciones—, y 3) hemos sido las correas de transmisión de sus dicterios, cuando ellos
así lo deciden.
Hemos dejado al final una razón casi existencial, porque merece un comentario aparte:
desde principios del siglo XX, cuando los avezados empresarios gabachos empezaron a darse
cuenta de nuestro monumental reservorio como productor y exportador de opiáceos, nuestro
peso diplomático adquirió característica de gigante. Indispensable para su modo de vida. De la
fantástica producción de trabajadores migrantes, desplazados de nuestro modo de producción
en un sistema sin direccionalidad ni destino, mejor ni hablamos en esta ocasión, porque es un
procedimiento que siempre ha estado sujeto a la oferta y la demanda y a las ventajas del
mercado productivo de los compradores. Sólo abren la puerta cuando lo necesitan, y eso
sucede siempre. Así como suena.
México-EU: mamar y dar de topes
Pero la razón existencial tiene presente la friolera de cien años. La habilidad y
experiencia de los chinos, empleados en la construcción de las vías férreas del Pacífico norte
mexicano, fueron la causa histórica de que los magnates gabachos fincaran en ella el puntal
del surtimiento de enervantes y sicotrópicos para sus héroes de guerra.
México, en ese sentido, es intocable para los demagogos y oportunistas politiquillos
gabachos que hacen campañas en verso para ganarse el voto de los wasp. Todos ellos saben
que jamás podrán tocar una relación que responde a intereses más elevados y necesarios que
sus delirios retóricos. Nuestra relación diplomática siempre se ha basado en el viejo aforismo:
mamar y dar de topes.
Y los políticos entraron al “bisnes” de la droga
Los candidatos republicanos y demócratas podrán llamar a misa y envolverse en el
fallido patriotismo de la bandera de huesos y calaveras, Mark Twain dixit. Podrán ofrecer el oro
y el moro. Pero nunca, brincar esa vara que está muy por encima de cualquier atleta olímpico.
Las etapas por las que ha pasado la relación bilateral son ridículamente deducibles:
después de la adquisición de las huertas de opiáceos en el triángulo de oro, Sinaloa,
Chihuahua, Durango, en los tiempos de paz de los veinte años que transcurrieron entre la
Primera y la Segunda guerras mundiales, el negocio fue dejado en manos privadas de políticos
mexicanos.
Fue la era de los Elías Calles, Abelardo L. Rodríguez y Miguel Alemán, como los
grandes magnates, desde Tijuana hasta Culiacán. Cuando llegó la Segunda guerra, los
mandos militares de los güeros volvieron a las andadas, desplazaron a los locales y empezaron
a dictar las reglas.
Políticas de seguridad o maniobras de distracción
Todas las historias de los secretos fumaderos del Barrio Chino de la calle de Dolores
en la capital nacional, la matona de la pandilla de Paco, El Elegante, las inspiradas artes de
Valente Quintana y de los jefecillos de la Dirección Federal de Seguridad, la Brigada Blanca de
los sesudos policías encargados de la seguridad nacional, fueron el tema de la distracción.
Todo estaba acordado y asumido de antemano.
Todo cambió cuando el Departamento de Estado desplazó a los militares del
Pentágono. Los mandaron a invadir Corea e Indochina, sólo para desprestigiarlos en esas
aventuras sangrientas y hasta en frentes caribeños, como Bahía de Cochinos y Granada,
mientras ellos utilizaban a sus habilitados para hacerse del espectacular negocio del trasiego.
Desempleados, surgen los sicarios regionales
El FBI, la DEA y sus operadores, manejados desde las altas esferas del poder, se
encargaron directamente de contratar sicarios regionales sin empleo, que habían sido
guardaespaldas de poderosos gobernadores, y la historia del narcotráfico empezó a escribirse
con otra tinta: la del engaño y el asesinato sin límites.
Así se han manejado los gabachos desde que entendieron que eran unos bultos para
el pleito pecho a tierra y entre infanterías, y optaron por los salvajes bombardeos dirigidos
desde el espacio; desde que entendieron que el dinero les daba la posibilidad de manejar todo
en lo oscurito, usando a los payasos locales.
Esa ha sido siempre la base de su actuación. El que no lo entienda así, puede ser
extraterrestre o analfabeta funcional en política, como se han cansado de demostrar algunos
improvisados que presumen que nos han gobernado.
La relación bilateral, asunto fundamental para la supervivencia, debe ser manejada por
expertos. En ese rubro, nadar de a muertito es complicado, porque la tentación de participar en
el negocio, sólo por los pingües beneficios que deja, produce masacres execrables, como las
de Iguala, Tanhuato y Tlatlaya, sólo por mencionar algunas de las miles que existen frente a
nuestras narices.
Los veneros de la codiciada amapola negra, más valiosa que cualquier negocio
mexicano, debe ser un asunto vedado para los mercachifles insensatos de la política, así como
para los sicarios rancheros, matarifes que han creído comérsela cruda. Requiere más que eso.
Debe ser parte de un Convenio internacional con toda la barba, que aproveche todas
las rendijas y resquicios de la debilidad estadunidense, y todas las habilidades y conocimientos
de diplomáticos y negociadores políticos que han sido desplazados, o definitivamente es que
no existen ya en el panorama mexicano.
Reiterar que los mexicanos merecemos respeto
Un Acuerdo que sirva, de una vez por todas, para clausurar las fosas clandestinas y el
enorme camposanto de soldados, sicarios, culpables e inocentes que han pagado el pato con
sus vidas. Que han horrorizado la conciencia internacional y han enlutado a cientos de miles de
hogares.
Que termine con esta guerra civil disfrazada de falsos patrioterismos y tome el toro por
los cuernos, en manos de nacionalistas y honrados. Que se piense en México como una gran
nación que merece respeto, y no como un burdel que sólo aporta los muertos. Y entrega las
ganancias a los intermediarios poderosos de un sistema agotado.