Durante su etapa mexicana, y dado que su madre padecía mal de altura en México D.F., Sara alquiló para ella una casa en Cuernavaca, lo que propició que conociese a otras figuras célebres como Diego Rivera, Frida Kahlo y la actriz Merle Oberon.
Sara Montiel no fue tan solo una estrella, sino que para ese tiempo fue un fenómeno dentro de la cinematografía, Fue una mujer que supo darle al cuplé una segunda vida cuando ya nadie apostaba por él. Una actriz de belleza fulminante, una cantante de voz única, y por encima de todo, una creadora de estilo. El cuplé, género pícaro y castizo nacido en los cafés y salones de varietés del cambio de siglo, encontró en Sara no una heredera, sino una renovadora. Lo reinventó con elegancia, dramatismo, erotismo contenido y una autenticidad
que rompió moldes. Nacida en Campo de Cristina con el nombre de María Antonia Abad, Sara Montiel atravesó océanos para triunfar en Hollywood, pero fue en España donde se convirtió en mito.
Cuando El último cuplé llegó a los cines en 1957, no fue solo una película: fue una revelación. El público redescubrió una música que creía olvidada, y lo hizo desde la pantalla, con una mujer que cantaba a cámara, fumando, seduciendo con cada mirada. Sara convirtió la canción popular en arte cinematográfico.
Grabó más de 50 discos, con repertorios que iban del cuplé al tango, del bolero a la balada. Llevó esa música por medio mundo: México, Moscú, París, Nueva York. Donde iba, triunfaba. No solo exportaba una voz, sino una forma de ser. Su personaje escénico, mezcla de diva y mujer de pueblo, traspasaba clases sociales. Las señoras la admiraban, los hombres la deseaban, las jóvenes querían ser ella. Y, aun así, Sara se reinventó una y otra vez.
Fue entonces cuando dijo: “Podía haber seguido haciendo galas como hasta ahora, con mis 700 canciones de
repertorio y mis 52 LPs, éxitos, absolutamente todos han sido éxitos, desde El relicario a Nena,
Fumando espero, La violetera… Era muy fácil, no sé si me explico. No, voy a cambiar, voy a cantar de otra manera, a expresarme de forma distinta.” Y lo hizo. Sara nunca se quedó en la repetición. Cambió la forma de interpretar. Se volvió más íntima, más teatral, más sarcástica incluso. Jugó con su imagen, colaboró con artistas modernos como Fangoria, hizo de sí misma una parodia elegante, un homenaje viviente a la libertad.
Porque Sara fue eso: una mujer libre. Independiente, dueña de su carrera, de sus relaciones, de sus silencios. Fumó cuando no estaba bien visto, adoptó hijos como madre soltera en una época en la que nadie lo hacía, habló de su sexualidad con desparpajo, y desafió a una España moralista con un pestañeo. Hoy, cuando nuevas generaciones descubren el cuplé, es imposible no pensar en ella.
Porque si hoy seguimos tarareando Fumando espero o La violetera, es gracias a su forma de contarlo. No con voz aguda de niña traviesa, sino con voz de mujer que ha vivido y no tiene miedo a decirlo. Sara Montiel no se apagó. Sigue en cada mirada que seduce sin pedir permiso, en cada canción antigua cantada con nueva intención, en cada artista que decide no encajar en moldes. La inigualable Sarita Montiel no fue una mujer de su tiempo: fue una mujer para todos los tiempos.